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Sin compromiso alguno.

La modernidad líquida en la que vivimos ha entronizado la espontaneidad y el cambio constante como los más grandes paradigmas de la libertad y la autenticidad. Sólo hay que ver a Heráclito resucitado campando por sus fueros en Google y gritando que hay 6.530 millones de referencias al término “change” en 0,56 segundos. Vivir en presente se ha interpretado como vivir sin compromiso de futuro. Y eso, como la panacea de la felicidad.

Hay pánico al compromiso. Compromiso significa rigidez, limitación y esfuerzo, y esos conceptos se nos antojan hoy retrógrados, obsoletos, apolillados, sólo dignos de generaciones pasadas.

Pero ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Debemos descatalogar definitivamente el término y sus consecuencias de nuestro vocabulario? ¿De dónde procede ese pánico?

Es verdad que la aceleración y acentuación del cambio propician el desprecio a cualquier atisbo de continuidad, pero ¿es eso suficiente como para borrarlo de nuestra memoria después de haber sido todo lo que fue?

Personalmente creo ahí hay una tremenda injusticia, y hurgando en las bases de ella encuentro olvidos lamentables. Ya no sabemos para qué sirve el compromiso, sólo en qué nos encierra.

El compromiso permite asumir que una sola decisión finiquita toda duda hasta nuevo aviso. El compromiso acaba con las tolerancias de intenciones nunca cumplidas y los robatiempos de un plumazo. Un más que notable ahorro de tiempo y energía que debería ya sólo por eso devolver este hit al candelero.

No asumir esta parte tan positiva del término es castigarlo con un “extra de queso” que no le corresponde, y que además puede llevarnos con mayor facilidad al fracaso, lo que redunda en ratificar que el compromiso es malo en sí mismo, cuando su inutilidad es forzada por nosotros mismos al despreciar su cara positiva.

Y es que el compromiso invita a la decisión y la acción (ya que el premio se presume mayor que el que es fruto de la más frugal “espontaneidad”) con lo que arrasa, cual efectivo pesticida, con el perfeccionismo ideal, la prepotencia desmedida, la duda del “si-peronismo” y la infinita procrastinación.

En realidad, tal vez deberíamos reconsiderar pues si el compromiso no es también una decidida apuesta por el cambio, un cambio sereno, de fuerza más tranquila que el que ahora nos propone “el Mercado”, pero un cambio sin duda mucho más solvente.

Heráclito por favor, no te dejes llevar por la modernez liquida de las redes sociales y los buscadores de internet si no quieres sucumbir a las modas y perder tus 25 siglos de vigencia, mantente firme y comprometido frente al rio de la vida que todo lo arrolla a su paso.

Photo by Tim Peterson on Unsplash

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  1. Hola Manuel,
    Pues yo no le veo nada negativo al compromiso, ni rigidez alguna, ni veo la conexión que planteas inicialmente entre ambos. Más bien es la falta de compromiso la que genera desconfianza e infelicidad. Los niños lo dan por sentado en relación a sus padres, saben que pueden acudir a ellos y que responderán. Cada vez que hacemos un acuerdo confiamos en el que el otro se compromete y cumplirá, cuando quedamos con los amigos no contamos con que nos dejen plantados. En mi experiencia profesional, social, familiar, no encuentro esas personas que no cuenten con mi compromiso para aquello que me hayan encomendado, que hayamos acordado o que venga dado por la relación humana. No tengo claro si esa visión de la falta de compromiso que impera en nuestra sociedad no es más algo que se busca que así sea que no que sea real.
    Pero si fuera cierto que las personas ven el compromiso como algo negativo, triste futuro tiene nuestra especie, anclada en el perpetuo temor, inseguridad y desconfianza, en serio, ¿la falta de compromiso es visto como la panacea de la felicidad?

    PD: en relación a otro tema, no estamos de acuerdo en relación a la verdad, yo no pienso que todas las verdades sean subjetivas, sin duda existen verdades ajenas y externas al sujeto ?

    1. Me complace que tu también veas en el compromiso un dechado de virtudes, pero es obvio que todo compromiso conlleva una limitación de nuestra libertad si deseamos mantenerlo. Es por ello que es bueno revisarlo de vez en cuando, puesto que sino corremos el riesgo de caer en la rigidez. O al menos eso pienso yo.
      En cualquier caso, yo me refería al hablar de la ausencia de compromiso a un notable grupo de población que rehúye de cualquier obligación a acordar nada en particular en aras a no dañar su libertad de hacer o decidir en cada instante según momento y antojo.
      Creo que en tu escrito hablas más de ti que de una perspectiva sociológica transgeneracional como yo pretendía.
      En fin, de todas formas, como siempre, un placer leerte y forzarme a razonar porqué digo lo que digo, y si debo o no mantenerlo. Merci Meri.