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Verborrea

Existe una adicción a hablar sin medida, a la verborrea más feroz que nos invade a casi todos y no nos deja espacio ni para conectar ni para concretar.

Si admitimos que la excelencia de la comunicación pasa por equilibrar en su justa medida empatía y asertividad, siendo la esencia de la primera el escuchar, y la de la segunda el concretar nuestra necesidad, el ponerle muchas palabras a nuestro discurso es algo claramente disfuncional.

Pero ¿Por qué nos enrollamos tanto? ¿Qué función cumple para nosotros la verborrea?

Yo me lo he planteado y he llegado a la conclusión de que cuando mi discurso se alarga innecesariamente (lo que me ocurre con frecuencia) es porque quiero justificar algo que “hace ruido” en mi interior, algo de lo que no estoy “tan seguro” o que sencillamente me genera cierto sentimiento de culpa.

“Excusatio non petita, accusatio manifesta” decían los sabios. La verdad, aunque sea mi verdad subjetiva no necesita demasiadas palabras. Pero es que hay en la verborrea también otros ingredientes de carácter narcisista o contrariamente victimista: necesidad de protagonismo, necesidad se ser reconocidos y validados… que nos empujan neuróticamente a persistir.

En cualquier caso, está claro que, si bien hablar ayuda a pedir, ordenar y aclarar nuestras ideas, cuando abusamos de este recurso olvidamos que se aprende más escuchando que ocupando “espacio dialectico”.

Y es que la verborrea viene muchas veces acompañada del vicio de interrumpir al otro. Es tanta la voracidad por contar que preguntamos “¿Qué tal estás?” para poder largar inmediatamente cómo estamos nosotros.

El vicio de interrumpir está ligado al de no escuchar, o por lo menos no escuchar empáticamente, atendiendo cuidadosamente no sólo a lo que el otro me está diciendo, sino desde dónde me está hablando. ¿Me está transmitiendo un mensaje puramente racional? ¿Hay emoción? ¿Interviene el reptiliano y hay ya visceralidad en su mensaje? Y… lo más importante ¿Qué necesidad suya me está intentando trasladar?

Escuchar “la musicalidad del discurso” del otro (parafraseando a Fritz Perls) y saber concretar respuestas más allá de “cocinar” reacciones, es algo incompatible con la verborrea.

En fin, que me confieso verborreico (ya desde este escrito es obvia mi debilidad) pero estoy madurando, disculpen las molestias. Hace unos meses que practico la escritura de microrrelatos (menos de 300 palabras por historia) y no digo que algún día, una vez redimida mi tendencia a la cháchara, no publique esos escritos: “Los impacientes del Dr. Perkins”.

Hasta entonces, si tú me lo permites, me desahogaré con estos enrollados posts.

Foto de Dima Pechurin en Unsplash

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  1. No he percibido en ti esta verborrea que te achacas…¿crees que está muy extendida? ¿es nuestra especie verborraica? ¿lo es porque aprendió a hablar o lo hubiera sido igual si hubiera tenido otro medio de comunicarse? (ayer vi parte de un documental de aves que vivían un tiempo en la Antártida y había un grupo que no paraban de expresarse y todos a la vez…la definición de la verborrea)
    El viernes fui a comprar a la frutería (algo habitual) y una señora que tenía a mi lado y estaba preguntádose si comprar plátanos, se exclamó por el precio…y buscaba mi asentimiento. Contesté con una visión del mundo que no se había plateado. Quería saber más, me preguntaba y yo le contestaba, pero sin extendernos mucho ni ella ni yo.

    Pienso que es muy acertada la respuesta que das a la verborrea, cuando intentamos justificar lo que nos chirría, o quizás asumirlo porque es lo que creemos que es lo que debemos pensar. Quizás es más fácil no caer en ella cuando las explicaciones, no forman parte de lo que quiere oir el mundo, o lo que quieren que escuche el mundo.

    Estoy poco inspirada

    1. No veo en ti poca inspiración, sino al contrario. Gracias por seguir ahí dándonos de qué hablar (con fundamento)