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No todo vale.

En esta ocasión, y por motivos de coincidencia personal, quiero escribir sobre la ética profesional en el área de las terapias naturales, alternativas o como se las quiera llamar.

Creo firmemente que nuestra sociedad aún adolece de canales serios de acompañamiento holístico y/o espiritual y eso está dando pie a multitud de “profesionales” que, aprovechando la cerrazón de la ciencia y la religión tradicionales, se atreven (o nos atrevemos) a ofrecer soluciones que estas primeras, históricamente mejor asentadas, etiquetan como poco ortodoxas o directamente como peligrosas.

Mi particular opinión es obvia: dado que la sociedad, la gente, cambia a gran velocidad, si no exploramos nuevas vías todo lo conocido queda obsoleto. Y con ello digo SÍ a lo nuevo, a lo alternativo, a lo humanista y de aproximación abierta y franca al ser humano como un todo que vincula mente y cuerpo, individuo y entorno, personalidad y unidad. Pero NO al todo vale, a la falta de ética y humildad que nos lleva a acoger cualquier impaciente, cualquier cliente, cualquier problemática.

Uno debe saber reconocer sus límites, porque sin límites no hay confianza ni puede haber ética profesional.

En nuestra era dónde lo títulos ya no son lo que eran, dónde la experiencia y la apariencia lo son casi todo, la necesidad de una ética íntima, personal y profesional se hace aún más necesaria.

Lo mínimo que le podemos/debemos exigir a un terapeuta, a un “sanador” o a un gurú es transparencia y criterio. Sin estos dos pilares la oferta es sin duda un fraude, llámese remedio milagro, constelación o rebirthding.

Sí, me considero partidario de eliminar barreras, de acercarnos más humanamente al paciente que viene a vernos en busca de acompañamiento, pero no rotundo al dar gato por liebre, al si cuela, cuela, al yo a lo mío. Y en caso de duda, tira palante.

No, la ética profesional de quienes nos dedicamos en parte o a pleno rendimiento a la ayuda y acompañamiento del prójimo deberíamos firmar un juramento hipocrático de ética profesional en el que figuraran los límites de nuestro conocimiento desde la más completa humildad, y con ello pues tener la capacidad de discernir con justo criterio cuando derivar a quien buenamente nos llegue pero no sea de nuestro alcance, a quienes puedan dar mejor respuesta a sus demandas.

En resumen, no a la temeraria prepotencia, sí a la sincera compasión que tal vez no llegue siempre al éxito, pero nunca al daño (por expresión o por omisión, por prescripción o por inhibición)

Foto de Diane Picchiottino en Unsplash

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