La vida es dura, amigo.
A raíz de la lectura este libro de Kieran Setiya me vuelve a tentar el escribir sobre la soledad. Aunque, de hecho, el 80% de este post es atribuible a sus reflexiones.
Y es que estas trascienden en mucho el tópico de que no es lo mismo la soledad que el sentirse solo. Setiya se adentra en lo que él llama la soledad persistente, que, en mayor o menor medida, a todos nos atañe.
Se mire como se mire la soledad es trending topic desde hace tiempo. El autor refiere desde filósofos tan renombrados como Aristóteles, Hegel o Sartre hasta escritores tan meritorios como Dickens, Kafka o Víctor Hugo para evidenciarlo.
Me resuena especialmente la emoción contenida en este párrafo de Charles Dickens publicado en 1836:
Resulta extraño con qué escasa resonancia (…) puede un hombre vivir y morir en Londres. (…) Su existencia no es asunto de interés para nadie, salvo para él mismo; no puede decirse que sea olvidado cuando muere, pues nadie le recordaba cuando estaba vivo.
Desde un punto de vista más científico, parece ser que las resonancias magnéticas activadas por el rechazo social son las mismas que las implicadas en el sentir de un dolor físico. Pero el autor no se detiene ahí y se pregunta, nos pregunta: Pero ¿Por qué duele tanto la soledad?
John Bowlby psicólogo artífice de la “teoría del apego” en los años setenta se inspiró en unos estudios que demostraban que las crías de macaco apartadas de la madre genuina y acercadas a una artificiosa “madre sustituta” preferían la que estaba hecha de una tela suave a la que era fuente de comida, hecha de alambre. Parece pues que el consuelo nos es más nutritivo que la propia alimentación.
Y es que sentirnos solos nos aboca a percibir en nosotros una carencia, un vacío, un “agujero negro” que parece anular nuestra existencia.
Five Mualimm-ak reo que sufrió por error judicial más de dos mil días de aislamiento, dijo al salir de la cárcel: “La esencia misma de la vida es el contacto humano y la afirmación de nuestra propia existencia por parte del otro. Al perder ese contacto nos convertimos en nada. Yo me volví invisible incluso para mí mismo.”
Y a todo esto Setiya concluye que, irónicamente, la salida de la soledad pasa por atender las necesidades de otros, es decir, por demostrar el interés por un amigo potencial más que por una relación de amistad que nos resulte complaciente. Porque si esa atención, ese interés por el otro es de verdad, aunque finalmente no fragüe en duradera y confortable relación, igualmente torna menos dura la soledad. Nada como la amabilidad para apaciguar la soledad. ¡Brutal reflexión! ¿No te parece amig@?
PS. En cualquier caso, no os perdáis la lectura completa del libro “La vida es dura.” Kieran Setiya Ed. Paidós. Canela en rama.