La envidia
La envidia tiene muy mala prensa, pero muy buena acogida. Cuesta admitirla, pero se propaga como el fuego. La envidia puede esconderse tras la admiración, tras el deseo o la ambición, pero tarde o temprano asoma colmillo. Te propongo pues un ejercicio.
Piensa en algo o alguien que admires o envidies.
Plantéate ¿Qué es lo que realmente admiras o envidias en concreto?
Tal vez sea sólo lo bueno y bonito, y estés descontando lo duro y esforzado que hay detrás. Pero incluso admitiendo esa fantasía, la envidia no es más que otra argucia del ego para hacernos creer que la felicidad está justo detrás de ese logro. Y esa repetida y repetida carencia nos genera una ansiedad que en nada ayuda.
De hecho, si le ponemos conciencia al tema podremos observar que se puede ser plenamente feliz sin eso que tanto estamos ambicionando, eso por lo que tanto estamos sufriendo. Basta con disfrutar del camino.
Y ocurre algo paralelo con la admiración. Date cuenta si esa admiración alude a potenciales que no estás afrontando por miedo. Date la oportunidad de reflexionar sobre ello.
Ten en cuenta de que el ego nos pone fuera aquello que, aunque está en nosotros, no está en luz. Mira a los admirados como inspiradores. Deja de proyectar ideales en la otra persona y pon en valor tu potencial. Verás como entras en una nueva dinámica de progreso.
La vocación se despliega en disfrute no en base al resultado sino al reconocimiento y ejercicio paso a paso.
Ve a tu ritmo, marca tus propias etapas, no te dejes arrastrar por las opiniones de los otros ni enzarzar en estériles debates.
Y, al mismo tiempo, vigila que el ego no lo arruine todo al compensar el lógico miedo con una fantasiosa respuesta contrafóbica. Recuerda que lo que no reconocemos y no aceptamos, toma más fuerza. A lo que se te resiste, persiste.
En resumen, focalízate en ti misma. Recela de envidias y ambiciones ajenas. Deja de aconsejar, de corregir y victimizarte. Prueba, anda, avanza, actúa, equivócate y vuelve al camino. No te distraigas. Lo que creemos que el otro necesita es lo que más necesitamos nosotros. Y es que reconocer el potencial propio y ajeno, nuestra área de mejora, sin querer menospreciar ni cambiar nada, es acompañar sin salvar, progresar sin lastres, envidias ni falsas expectativas.
Eso es, sólo se hace camino al andar, y no al hablar.
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