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El lobo y el cordero.

Es consabido que patología llama patología. Una mente neurótica se siente a priori más acompañada por otra mente neurótica que no por un personaje equilibrado. Lo cual, visto en positivo, hace que cuando uno se siente bien consigo mismo, cuando el “ruido” metal es atemperado, no acudan junto a él tantos “jugadores psicológicos” que sólo pretenden perpetuar sus neurosis y seguir tristemente un guion de vida sin personalidad propia.

De todo ello se deduce que es muy importante tomar conciencia de dónde nos colocamos nosotros para que “ese tipo de gente” no se acerque sistemáticamente a nuestra vera.

Está claro, si voy de víctima por la vida no haré más que encontrar papas salvadores, si voy de lobo, andaré (más o menos conscientemente) buscando tiernos corderos a los que atrapar. Una cosa lleva a la otra, y no caer en la cuenta de que esta dinámica es real, significa entrar en el mundo de la culpa sin dar opción a la mutua responsabilidad.

Es cierto que esa responsabilidad no siempre está equilibrada al 50%, pero no lo es menos que está mucho más a nuestro alcance cambiar lo que a nosotros concierne que no fantasear con cambiar al otro.

La pregunta clave en todos estos casos es ¿Qué hago yo para merecer esto? ¿Cuál es mi postura, discurso o maneras para que atraiga regularmente a “este tipo de personas”?

Como decimos en Comunicación No Violenta, este tipo de preguntas invita a dotarnos de explicaciones generativas, argumentos en favor del cambio y la mejora, en lugar de excusas en favor de la queja y la crítica.

Todo ello nos lleva a reflexionar sobre el porqué nos gusta tanto el echar balones fuera. Aunque la respuesta es obvia: es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, y ya no digamos el atribuir la culpa de todo a esa paja y no a la viga. De ahí que sea importante recordar lo expuesto anteriormente: que al no entrar al trapo, al no “hacerle el juego” al neurótico, no sólo le hacemos un favor, sino que nos ganamos un espacio de paz entre la gente algo más saneada.

Todo lo expuesto, como he comentado en más de una ocasión, llega a ejemplos paradigmáticos cuando atendemos al triangulo dramático de Karpman: Salvador-Perseguidor-Víctima. He visto tantos Perseguidores y Víctimas emocionalmente enganchados simbióticamente como Salvadores apegados a falsas Víctimas siempre en relaciones tóxicas y en muchos casos no poco duraderas. Y es que cómo se ha mencionado en la primera línea: patología llama patología.

Moraleja: No quieras ser lobo con piel de cordero ni oveja con dientes de león. La honestidad y la autenticidad tienen premio.

Foto de Federico Di Dio photography en Unsplash

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  1. Fantástico artículo Manuel sobre lobo/cordero. Es muy real, en cuanto a las patologías de un extremo u otro. Sin embargo, yo apuntaría también que en medio de ambos extremos, puede encontrarse la persona receptiva, la persona que se interesa por el estado emocional de los demás,( pero que no admite el apego ) al margen de las patologías indicadas, a este grupo de persona receptiva y con escucha activa, le pueden llegar mensajes de una parte u otra de los extremos. Evidentemente, sin caer en el hábito de prolongar la patología, sino con actitud de refrescar las respectivas emociones.
    Gracias.

    1. Por supuesto, el camino del medio siempre ha sido para el zen una sabia solución, pero eso no quiere decir que no valgan las polaridades. El punto gestáltico de indiferencia creativa nos permite fluir de manera solvente entre extremos en función de lo que surge, aunque eso no justifique el confundir polaridad con patología.
      La polaridad puede ser oportuna, la patología responde a un patrón tan repetitivo como nefasto.
      Gracias Maria por abrir diálogo.