Hay en el consuelo algo de egoísmo, algo de eso que yo llamo el “yosisé, tunosabes”, una impureza que no se da en la compasión, donde el egoísmo cede su espacio a la empatía.
Puede parecer un mero juego de palabras, pero yo creo que no es así, hay algo nuclear en esa distinción.
En el consuelo hay algo de “salvación” del otro, hay, en mayor o menor medida, una íntima, tal vez inconsciente satisfacción por creer que esa carencia que tiene el otro yo no la tengo. Muy al contrario, voy “sobrad@” en ello, y me puedo permitir el lujo de “regalar” consuelo para sentirme útil y recrear mi autoestima.
En la compasión, por lo menos en su acepción budista, la carencia se torna vacío, un vacío que no busca ser llenado de inmediato con cualquier cháchara propia o extraña, sino que pretende ser sostenido y acompañado, para procurar una maduración emocional conjunta.
Cuando en una crisis, en un conflicto, nuestro foco está en la herida, en la carencia, y no hacemos más que confrontar para evidenciarla, estamos haciendo un flaco favor a la sanación. Podemos observar y hacer observar los puntos ciegos que nos impiden ver esa herida, pero no hurgar chapuceramente en ella. Limpiar, sanar una carencia, significa respetar la emoción del paciente, sintonizar con el dolor de la otra persona, hasta el punto de reconocernos en ella. Sólo así podremos verdaderamente acompañarla en su viaje, que pasa a ser el viaje de todos.
Dicho todo esto te invito a la reflexión personal sobre cuantas veces estamos consolando/salvando y cuantas acompañando desde la compasión. Porque el amor que sustenta el consuelo se me antoja un “amor de baratillo” frente al que sostiene la compasión.
Si aceptamos la hipótesis de que en el consuelo hay una posición desigual entre ambos implicados, nos daremos cuenta de que no se trata de nada más que otro juego psicológico. Puesto que, si el consuelo “no funciona”, la tentación a la descalificación es gran riesgo, y la desazón está también pronta a aparecer.
Pero bueno, lo dicho, más que recrearnos en los “errores” (consuelos de baratillo) mi invitación va más en la línea de premiarnos con los discretos “aciertos”, esos actos realmente desinteresados en los que en lugar de poner en valor el esfuerzo que nos suponen, ponemos en valor la enorme satisfacción de haber conectado con el prójimo y haber hecho algo más llevaderas tanto sus carencias como las mías.
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