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¿Apoyo/Confrontación o Salvación/Agresión?

El pensamiento occidental parece programado para la dualidad, y la dualidad esconde casi siempre una discriminación moral de bueno o malo.

Cuando nos referimos a la relación terapéutica (aunque me temo que sería aplicable a cualquier otro tipo de diálogo o relación) la polaridad apoyo y confrontación entendida como dos caras de una misma moneda puede transformarse fácilmente en “salvación” o “persecución”. Con lo que nos olvidamos del fin último de integrar y caemos en el agredir.

¿Cómo distinguir entonces una cosa de la otra? ¿Cómo saber si mi ánimo en esta conversación es sanador a pesar, o mejor dicho gracias a alternar el apoyo y la confrontación, o está cayendo en una pretendida “salvación” de mi “oponente”, lo que me llevará tarde o temprano a una agresiva “persecución”?

La respuesta es sencilla, aunque no siempre evidente, y menos cuando nos encontramos en el “fragor de la batalla” dialéctica.

La respuesta curiosamente nos la da otra pregunta: ¿Esto que estamos expresando nos acerca a un vínculo más limpio y próximo con nuestro interlocutor, o, contrariamente, nos aleja de él, nos invita al mutuo aislamiento y la confusión?

Confundir el acompañamiento con el adoctrinamiento es riesgo conocido. Todos tenemos nuestra verdad, y, aunque yo estoy convencido de que hay algunas más maduras que otras, nunca podremos trasladar directamente la sabiduría de uno a otro. La capacidad de sostener, la interferencia del cómo interpretar, la historia, la epigenética, el karma… hacen que la traducción al saber, conocer, responder, actuar, al dharma… tenga diferentes matices, hasta el punto de que el zen mantenga con firmeza la paradoja de que sugerencias enfrentadas, caminos opuestos, pueden ser igualmente recomendables para un mismo fin, según momento y persona.

De ahí la necesidad de practicar, de equivocarnos por nuestro propio pie. El aprendizaje vicario, el aprender de las experiencias ajenas, no es más que el torpe dedo que apunta a la luna, pero, para dirigirnos hacia la luna, no valen sólo las indicaciones. Hay que “sacar el freno de mano”, deshacernos de esa particular coraza que nos encierra en la inercia de nuestro guion de vida y lanzarnos al vacío de la aventura.

Cada cual sabe la suya, cada cual debe tropezar con sus propias piedras, con sus propias pérdidas y heridas, con sus propios giros inesperados… para llegar a quién sabe dónde. Terapeutas, amigos y enemigos, fariseos y hermanos sólo podemos acompañar, y, aun así, sólo por un rato, porque el camino también exige largos tramos de soledad.

Photo by Chris Leipelt on Unsplash

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